Y AZÚZAR
Si el arte puede seguir creando espacios de pensamiento y acción para desmoldar, romper y transformar las estructuras obsoletas, las categorías raciales y las intersecciones con el género aún son un gran reto para abordar desde ahí. Artistas como Liliana Angulo con un largo trayecto de investigación y producción plástica lo hacen, cuestionando las imágenes, la historia, y las categorías existentes de racialización para las comunidades afro, tanto en Colombia como en otros lugares de la diáspora, al tiempo que enfatiza en la posición de las mujeres afro en todo ese entramado. Otra artista que trabaja desde otro lugar de enunciación, como mujer blanca mestiza, también cuestiona constantemente la historia, aquella que es problemática con relación a los pueblos originarios y que cuenta con un lenguaje propio de las instituciones culturales del Estado, es Mónica Restrepo.
Sobre un piso de barro hay algunos objetos e imágenes, la artista propone una acción en la que va caminando encima del barro mientras lee un documento con sus preguntas sobre la memoria del material que está pisando, y otras referencias a los procesos de saqueo y extracción, específicamente aquellos asociados a los pueblos originarios, esta acción hace parte de una obra llamada De mala gana. Mónica, a partir de reflexiones sobre el saqueo, la extracción del conocimiento y el lenguaje hablado, piensa en cómo construir otro tipo de documento o narración de la historia oficial, en sus palabras: “Excavar, modificar esta superficie como si se tratara de re-escribir el texto que ya fue escrito o de la historia que ya fue contada. Re-escribirla en un intento de mirar con más profundidad qué fue lo que pasó exactamente. Excavar es entonces volver a mirar, mirar el suelo, observar detenidamente y descomponerlo”.
Ese trabajo lo realiza en diferentes piezas o soportes, una de ellas es en un ensayo que ella escribió para el Premio Nacional de Crítica de la Universidad de los Andes, se titula “ De mala gana”. A partir de una noticia de los años 90 que narra el hallazgo de unas piezas precolombinas en un plantío de caña de azúcar en el Valle del Cauca, la escritora genera todo un acto de excavación de muchas capas de historia y de memoria, que nos lleva a cuestionar el lenguaje y la narrativa que legitima a quien custodia estos objetos, como por ejemplo el Museo del Oro. En el ensayo también cuestiona la categoría de mestizaje como discurso de democracia, pasando por una reflexión sobre las culturas que se retiraron a causa del exterminio, y cómo las colecciones privadas y públicas que alojan los objetos que aún existen de esas culturas, están construidas sobre la legitimidad de su tenencia como “salvaguardas de ese patrimonio” pero poco en la reparación de la memoria colectiva de las culturas que fueron saqueadas y de los y las renacientes de esas culturas que aún perviven.
En el ensayo Mónica describe una historia en la cual el Banco de la República invita a los Mamos Koguis a proponer un ritual de purificación para las piezas precolombinas que reposan en el Museo del Oro, el ritual que proponen los Mamos es rechazado por el banco porque implicaba que todas las funcionarias y funcionarios de la institución donaran su esperma y menstruación para realizarlo. Mónica reflexiona que el banco sabe que aceptar esa propuesta de ritual implicaría aceptar simbólicamente la responsabilidad de cierta parte del saqueo de esas culturas. Hacia el final del ensayo Mónica lo describe de esta manera.
«La potencia del gesto de donar dos tipos de fluidos de distintas personas – mujeres y hombres- para reconocer su ausencia, va mucho más allá de las acciones comúnmente consideradas políticamente correctas en las que el gesto de desagravio está solo compuesto por palabras. (…)Fluidos que dan la vida, pero a la vez están estrictamente controlados en la cotidianidad del mundo capitalista. Aquí la mezcla de esperma y sangre menstrual del mensajero, de la señora de los tintos, del curador, del director del banco, de la administradora, participan en la concepción de un líquido rojo. Fluidos de gente de todos los estratos sociales, de distintas partes del país que, en silencio, los donan a un ritual indígena para hacer una mezcla de limpia. Una mezcla de diversidad, de participación democrática, incluyente. Una mezcla que es mestizaje sin declaraciones públicas ni políticamente correctas. Mestizaje líquido y silencioso, material.”
Encuentro un intertexto en sus palabras que plantea un ritual para la transformación de una sociedad construida sobre la barbarie -quizá como todas lo son- pero en nuestro caso, una sociedad que aún está en el proceso frenético de blanqueamiento, del exterminio de la otredad, un exterminio que es físico y también epistémico cuando se niegan otras formas de conocimiento, existencia y representaciones propias. Aunque vivimos en una época de híper-virtualización donde las experiencias sociales y estéticas van cambiando constantemente, creando otras visiones del mundo, símbolos y referentes creo que los espacios institucionales del arte siguen siendo un lugar de lucha importante, que definen cómo nominar la historia por venir y cómo transformar la existente. En ese sentido pienso que el trabajo de Mónica dialoga con cierta institucionalidad al tiempo que busca romper con el pacto social tácito que se nos pide al ser educados de manera occidental, renunciar y olvidar ineludiblemente a lo que ya no está, a lo que fue exterminado.
Excavar – Desplegar A partir del performance De Mala Gana. Mónica Restrepo, 2018.
Abrazar lo existente, aquello que funda la experiencia propia de estar en este mundo, resignificar el lenguaje y convertirlo en trabajo artístico: de esta manera puedo describir una parte de la obra de la artista caleña Carmenza Banguera. De otro lado, hay que pensar qué significa ser mujer en una sociedad misógina como esta, y como cada experiencia de ser mujer es diferente e implica que las violencias nos atraviesan de diferentes maneras, esto es lo que muestra la interseccionalidad: las luchas feministas son múltiples porque múltiples son las violencias. La experiencia de ser una mujer afro se palpa en la obra de Carmenza, sin titubeos se despacha frente a las realidades del racismo que habitan nuestro lenguaje, que están en la calle o incluso hasta en la forma como se formulan las políticas públicas. Leer los títulos de sus obras y exposiciones anticipa la avalancha que va bajando: “Historias creadas por padres cretinos para explicar el mundo presenta: Hombres de chocolate”; o “La culpa no puede cambiar el pasado ni el exotismo resolver el futuro”. Carmenza cuestiona tanto la educación racista que prevalece en la cultura, las maneras sutiles y las evidentes en que se manifiesta, el lenguaje en que se sostiene e incluso las propias categorías raciales existentes.
En una entrevista reciente conversamos sobre la situación en las academias de arte, especialmente para estudiantes afrodescendientes, ella narraba que en el inicio de su carrera estaba interesada por muchos temas pero al comprobar que era si no la única, una de las pocas, estudiantes de artes plásticas mujer afro en su curso, hizo un punto de inflexión en su carrera y la llevó a trabajar sobre su identidad. También mencionó una charla que tuvo con otro artista afroestadounidense, él le preguntó por qué en Colombia los artistas afro hablan constantemente de temas raciales, ella concluía que al menos para su generación y quizá algunas más por venir es necesario hablar de esa historia porque de lo contrario nadie más lo hará. La manera como ella transforma estos lugares de vivencia en su obra es a través de la ironía, la caricatura u otras expresiones con humor; cuando exacerba lo ridículo de los comportamientos naturalizados en la cultura con relación al racismo, es posible para el resto vernos reflejados o develados en acciones que a veces son automáticas, pero no por ser automáticas somos menos responsables de seguir haciéndolas.
Una de sus obras es una escultura, titulada Etnimercantilismo #1, es un vaciado de gran formato de un rostro de una persona negra que la artista referencia como una mujer platonera, el rostro está cromado y la parte de arriba de la cabeza está cortada, vacía para que funcione como recipiente. En el interior hay un mecanismo que produce algodón de azúcar, está el motor, el azúcar y los palos para que el público se acerque y saque de la cabeza copos de algodón. Es una obra muy atractiva visualmente; en donde se ha expuesto, el público en un acto desprevenido, se divierte haciendo algodón de azúcar en ese bello recipiente y comiéndolo; una lectura de esta obra puede ser: se usan las mentes de cuerpos racializados para extraer de ahí lo que de placer y divierta hasta vaciarlas. Algunas obras de Carmenza, como Etnimercantilismo o Afrostival dan cuenta del uso y del saqueo aún persistente desde la cultura hacia las comunidades étnicas, y aunque hay artistas como ella que saben reconocerlo y señalar desde su obra, otra parte del gremio se encarga de replicarlo, gestando espacios que se alinean a la agenda económica de turno, la cual sigue extrayendo del Pacífico, incluso bajo este nombre, sus recursos materiales, simbólicos e históricos.
Los trabajos de estas tres artistas luchan de diferentes maneras por crear discusiones en la realidad social, o entran en sintonía con algunos temas que ya tienen un lugar; si bien a mí me interesaba centrarnos en las prácticas de uso, saqueo y blanqueamiento que aún persisten en la cultura, especialmente en este contexto, las cuales son increpadas de manera inteligente por estas artistas, no pretendo reducir su trabajo solo a estos temas. Ellas, siendo artistas de diferentes generaciones hablan de diferentes cosas que encuentro completamente relevantes para el momento de transformación que estamos experimentando, siendo el arte un lugar desde el cual construyen discursos para expandirse hacia otras formas de conocimiento, de saberes y de haceres. La condición racial y el género aún determina nuestra experiencia del mundo y el lugar social que vamos a poder ocupar según el sitio donde nacemos, reconocer que estas categorías y sus intersecciones crean cargas injustas per se, nos puede hacer mirar la realidad de otra manera, quizá menos centrada en los problemas individuales y más desconfiada hacia como se nos ha educado y lo que se nos ha presentado como sólido, real, fijo y estable.
Etnomercántilismo #1, Carmenza Banguera, 2015. Fotos cortesía de la artista.
https://issuu.com/artesvisualesmincultura/docs/reconocimientoscriticayensayoarteen_256467dabf863b [Consultado por última vez el 19-9-2020]